viernes, 28 de agosto de 2015

En la Acrópolis | Por Borja Luna Díaz.

EN LA ACRÓPOLIS

El destino lo marcas tú. Solo depende de ti.

Una bonita mañana primaveral en la Atenas helenística se vierte sobre los parques y jardines de la ciudad dando consigo el florecimiento de las plantas, el canto de los pájaros para atraer a sus parejas y la energía de los niños y niñas jugando por el ágora mientras sus padres se encargan de comprar los productos presentes en cada puestecito de la plaza, enterarse de los últimos rumores o debatir de forma abierta las principales tomas de decisiones en la vida política de la ciudad.

Desde hace unos años, Atenas se convirtió en el foco de atención socioeconómico y cultural de la época. Innumerables artistas, filósofos, médicos, comerciantes y personas variopintas acuden a este foco de actividad sin límites.

Entre toda esta gente, un joven alto y bien vestido pasea por el camino que lleva a la Acrópolis, un espacio monumental de templos y estatuas en honor a las diferentes divinidades que protegen la vida de los atenienses.

El joven parecía deprimido, ensimismado y cabizbajo. A su alrededor, la gente iba y venía del teatro, el gimnasio o el mercado. Él les miraba con la más absoluta indiferencia, como si estuviese aislado en una burbuja.

Tras subir la rampa que da a la Acrópolis, el joven muchacho decidió refugiarse en la sombra de un manzano mientras seguía con su incesante meditación. Cerró los ojos y se dejó llevar por sus pensamientos, pero un anciano interrumpió su asedio mental lo que le provocó una incrédula sorpresa al chico.



-He visto de todo en mi vida, mi larga barba blanca así lo demuestra, pero nunca asimilaré el hecho de que una persona joven y rica como vos se refugie triste y deprimido en una zona pública como es la Acrópolis.

Le dijo el anciano al muchacho lo que le provocó aún más estupefacción.

-Las personas adineradas también tenemos preocupaciones tanto o más que los pobres.... además, yo no soy tan rico como puedas creer.

-Toda la razón tienes en tu primer comentario. Dijo el anciano. -Respecto a lo segundo, ¿por qué no? tu atuendo y tu porte denostan facilidad económica, los hijos de los trabajadores comunes no pueden permitirse estos trapos. Comentó con una media sonrisa en su rostro.

Su interlocutor seguía sin creerse lo que estaba pasando, un viejo que apareció de la nada con aspecto de vagabundo se atrevía a meterse en asuntos que no le incumbían. Le miró fijamente a los ojos y con un tono chulesco e impertinente le contestó.

-Será mejor que no hables de los temas que no entienda, anciano. Si estoy aquí, cabreado y malhumorado es precisamente porque me falta aquello que vos creéis que me sobra, el dinero. Y ahora déjame en paz si no quieres que te eche a patadas.

El hombre con calma y frialdad contestó.

-¿Echarme de dónde, de un sitio público como es la sombra de un  árbol en la Acrópolis?

El joven sin salir de su asombro, no se podía creer que alguien le osase replicar cualquier cosa, y menos un senil desamparado. ¿-Se puede saber quién eres? preguntó él.

-Yo soy aquello que he querido ser. Responde pacientemente. -Porque no hay nada más bonito que llegar a ser lo que uno se propone ser, de esta manera se trabaja sobre lo que uno tiene y no en lo que se carece. Los hombres y mujeres con los que me encuentro me señalan como filósofo, pero simplemente soy una persona con sed de conocimientos.

El joven que hasta aquel entonces  no había tenido ni el más mínimo interés por saber quién era aquel extraño que le estaba preguntando, como si de un destello proveniente de la Diosa Minerva se tratase, empezó a fijarse más en es aspecto físico de su interlocutor. Llevaba una poblada barba blanca unida a una melena bien conservada para su avanzada edad, de ojos avellana con destellos verdes a la luz del sol y piel blanquecina.

-Así que eres filósofo, ¿no? Si hay algo que más respeto en este mundo es a mi familia y a gente como vos, personas ávidas de saber. ¿Como te llamas? Si no llegase a ser porque Platón falleció hace varios años, diría que sois vos. El chico se levantó y le tendió la mano. -Me llamo Kirylr de Atenas.

Se estrecharon la mano y el anciano contestó. -Ponerme a la altura de Platón sería sobrevalorar mis posibilidades, no merezco esa responsabilidad.

El chico con admiración le vuelve a preguntar. -Sois humilde y sabio, sin embargo no habéis confesado vuestro nombre. ¿Cual es?. Sin embargo, el filósofo no satisfizo su pregunta. -La importancia de la filosofía es más las preguntas que se plantean en vez de la posible respuesta. Aprende a dudar de todo lo que te digan, solo así tendrás tu propio criterio. Le respondió. -Además el que plantea un problema sois vos y no yo, ya que triste y deprimido estabais cuando os encontré. ¿A qué se debe ese sentimiento de frustración?

Kirylr optó por no seguir en su empeño por saber el nombre de ese misterioso personaje. Una vez oyó que lo sabio es saber reconocer la situación y no insistir en el empeño de algo que no lleva a ninguna parte.

-El problema que tengo viene muy acorde a lo que vos representáis. Dijo el chico mirándole fijamente a los ojos. -Yo deseo hacerme un hueco en el mundo de la filosofía entrando en la Academia de Platón o en el Liceo de Aristóteles, ya que de ahí emanan los mejores filósofos de la tierra. Kirylr hizo una pausa y su mirada colmada de rabia cayó al suelo. -No puedo entrar, no tengo recursos económicos suficientes para costearme las clases. Dijo decepcionado.

El vetusto docto se acercó al chico y le acarició la melena en señal de empatía. Entendía perfectamente la frustración que anida en el interior del corazón cuando tus sueños se ven fragmentados por la causa de no tener recursos económicos suficientes para poder costearlo.

-Se por lo que estás pasando, chico. Sin embargo, tienes enseres valiosos. Tu prenda no es la de ningún hombre carente de dinero precisamente.

El chico suspiró. -Antaño teníamos financiación, ahora no. Malos negocios y la fortuna no visitó nuestra casa para dotarnos de tiempos mejores. Ahora solo conservo restos de lo que antes tenía. Sigo insistiéndote en que no tengo lo suficiente como para entrar en las escuelas de filosofía.

El filósofo entendió el problema de  Kirylr, ya que es lo más común entre las personas, la impotencia de no poder cumplir tu sueños por limitaciones económicas como es el caso. Pero el sabio anciano le miró con ojos serenos, le agarró de la mano y le comentó su punto de vista. -Bien de sobra se el pesar de tu alma. Mismamente yo soy fruto de esas carencias que a ti te afectan. El poder económico no es igual para todos, pero nuestra racionalidad permite adaptarnos a lo que tenemos y tomar precisamente la vida con filosofía. Hizo una pausa y señaló a un hombre lisiado que paseaba por la plaza. -Mira, joven aprendiz, esa persona le falta una pierna. La otra carece de vista, tú de monedas para cursar tus sueños, sin embargo muchos otros no tienen siquiera para comer y poder vivir.

A Kirylr se le torció el gesto con esa reflexión. En el interior de su pensamiento, empezaba a valorar lo que ya tenía y no a llorar por lo que no tiene. Muchos de sus amigos tenían problemas mayores que él. Enfermedades, pérdida de familiares, bajos ingresos, pobreza... y ahí estaba él, con gran fiasco interno por el hecho de no poder cumplir sus sueños. Sin embargo, ¿qué son los sueños? No son más que planteamientos de nuestra mente que vienen y van. ¿Por qué no se podría cambiar y adaptarse a lo que hay? Incluso... ¿y si se luchase con lo que uno tiene?. El sabio siguió hablando. -Mira, a mi no me hizo falta ingresar en el Liceo de Platón para aprender filosofía, me bastó para aprender y cumplir mis objetivos algo que es esencial en todo ser humano. La adaptabilidad, el afán de superación y la capacidad de lucha, sin decaer, sin derrumbarse, sin quejarse de lo que uno no tiene y si valorando lo que ha conseguido. Este es mi consejo, sigue mi ejemplo. No te dejes vencer, trabaja para conseguirlo. Hay muchas opciones válidas si quieres ser lo que te planteas ya que nadie empieza desde lo más alto. Solo nos debemos a la salud, el resto es cosa tuya. El destino lo marcas tú.

Finalmente el muchacho agradecido, se despidió de su maestro esporádico. Se abrazaron y encaminó el camino hacia su casa con otra mentalidad. Luchará por conseguir lo que realmente le gusta. Depende de él mismo.

Escrito por Borja Luna Díaz.

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