Vale, la pregunta más lógica ahora sería que qué tiene que ver estas circunstancias económicas del mundo actual con una posible caída espiritual del humano. Y tiene mucho que ver. Como he dicho, una de sus claves ha sido lograr un dominio ideológico del hombre. Personalmente, el simple hecho de ver a una persona defendiendo las propuestas neoliberales sobre la propia condición humana me produce una tremenda repulsión, y preguntarme como ha llegado a pensar de esa manera. La defensa de estos intereses tiene su raíz, de nuevo, en el control de los medios como vía para alienar la opinión pública y modelarla según se prefiera. No sería la primera vez que oigo a alguien justificar cosas como la actual invasión de Siria por la OTAN o los ataques de los israelitas a la población civil de Palestina, probablemente porque le han convencido de ello. Está claro el postulado de los críticos a todo esto. Todos los que dominan este conglomerado de empresas, medios e instituciones necesitan un dominio cultural e intelectual, una despersonalización de la conciencia individual, para hacer efectivo un control económico. La actual sociedad se ha desarrollado dirigido a mejorar la producción a cualquier costa, y el ser humano se ha limitado a formar parte de esa cadena de fabricación: nacemos para servir a índices económicos, el sistema educativo nos forma para ser útiles a ese fin y pasamos nuestra vida adulta con la sociedad exigiendo más y más de nosotros mismos y participando en el enriquecimiento de un país (por medio de los diferentes empleos), plasmado en unos números dentro de una edificio bursátil. Quizás esta síntesis socioeconómica haya sido algo confusa, superficial y rudimentaria, pero lleva a lo que me quiero referir.
Esta presión puede resultar fatal en la cabeza de un hombre y es que la depresión y la ansiedad es actualmente una de las dolencias más extendidas del mundo. Todo esto también tiene sus consecuencias más generales a parte de las repercusiones en la salud mental. Lejos han quedado los días donde las personas más admiradas de la juventud eran escritores, músicos, políticos, filósofos, científicos y más gente de un elevado nivel intelectual y reflexivo. Pero ahora se prefieren como figuras a emular marionetas del circo mediático cuyo talento en muchas ocasiones es más que cuestionable, las cuales han triunfado en una meritocracia que solo premia a las capacidades superficiales, como la belleza o el simple hecho de poseer más que otro. ¿Acaso el ser humano está involucionando en un ser inferior, más simple y manipulable? El filósofo Francis Bacon creía, en una época de plena transformación de la sociedad como lo fue la Edad Moderna y su revolución científica, que el progreso intelectual del nuevo hombre nacido del Renacimiento solo nos podía llevar a una sociedad mejor, a una especie de “Nueva Atlántida” (la utopía que él mismo ideó), un lugar donde se admirase al ser humano por su raciocinio y todos sus logros intelectuales. No solo eso. Él verdaderamente creía que el hombre moderno había superado con creces al antiguo, quien había sido siempre el ejemplo de y que todavía le quedaba más por demostrar. Pero también reconoció que siempre quedaba la posibilidad de que el ser humano podía caer en su propia trampa: tal y como recogió Thomas Hobbes de la Asinaria de Plauto, el hombre es un lobo para el hombre. Tan genial como podía ser, el humano podía ser igualmente nefasto para su propia raza, al intentar dominarla, coartar su libertad con múltiples métodos y terminar acabando con su propio progreso.
Sir Francis Bacon, filósofo y estadista empirista. |
Artículo escrito por Eneko Orueta Iradi.
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