Yo,
ciudadana francesa, quiero decir que mi país me da miedo. Ya no es
el país del amor o el país de los derechos humanos. Mucho tiempo se
le ha puesto en la cuna del mundo, pero ¡cuidado! que ya se viene
para abajo, caído bajo su propio peso.
Francia
tiene miedo: los ciudadanos de sus políticos y sus instituciones,
los políticos de las elecciones y de sus ciudadanos. Se legitima y
se constitucionaliza el miedo y el odio. No quiere ver sus problemas
y sus propias deficiencias, entonces, crea una diversión, un
supuesto “enemigo común”.
Francia
no quiere mirar de nuevo su pasado. No quiere ver sus fallos en la
integración de una parte de la población. En vez de trabajar y
educar con sus diferencias internas, ha estigmatizado y demonizado
una parte de ellas.
Ya
no me siento feliz en medio de esta jungla. Y al mismo tiempo, me
siento cómplice de este sistema. ¿Por qué? Porque esta legalidad
fue votada por personas que deberían representarme: los
parlamentarios. Yo no querría y no quiero de la reforma
constitucional actual. En cambio, los parlamentarios de la Asamblea
Nacional se hicieron cómplices, huyendo del hemiciclo. Sobre un
total de 577 diputados, 441 estaban ausentes. Se adoptó la reforma
constitucional con 103 votos a favor y 26 en contra (y 7 se
abstuvieron de votar).
Dentro
de algunas semanas, el texto tendrá que pasar por el Senado también.
Y parece que el malestar será inscrito en la Constitución de 1958.
El
proyecto de ley de reforma constitucional contiene dos artículos: el
primero trata del estado de urgencia que tendrá que prorrogarse por
ley si es para una duración de más de 12 días. El segundo artículo
trata de la perdida de la nacionalidad francesa tanto para los
binacionales como para los nacionales.
No
quiero decir con ello que no existan amenazas terroristas en Francia,
que seguramente y desgraciadamente habrán más, como ocurre en los
países que venden menos titulares pero en los cuales pasa todos los
días y continuamente.
Después
de un atentado tan cerca, no puedo vivir igual pero si intento tomar
acciones y defender los principios universales y simplemente, la
vida. Y con la división de un pueblo, no se llega a ningún lugar
sino a donde se quiera evitar llegar.
El
supuesto enemigo común es mi compatriota. El supuesto enemigo común
es el pueblo. El supuesto enemigo común fue creado por un gobierno
que en vez de educar, ataca, divide, se hace amigo de ideas extremas
en nombre de la República sin entender que la están matando a golpes
de leyes inútiles con daños colaterales irreversibles: el odio
hacia mis compatriotas musulman@s.
Francia
se despertó difícilmente de una pesadilla tras los atentados de
enero de 2015, para sombrar en un coma extremo y liberticida en
noviembre del mismo año. Francia tiene miedo a la oscuridad y en vez
de levantarse y encender la luz para darse cuenta de que no hay nada
en su casa, se refugia bajo las sabanas, cerrando los ojos, porque
cuando cierras los ojos, todos los problemas y las pesadillas
desaparecen. Pero oye ruidos, y piensa que son monstruos que vienen a
por ella. Nosotros no encontramos el sueño y estamos tensos con los
ojos bien abiertos.
Todo
lo escrito anteriormente es un pensamiento propio.
Artículo escrito por Inès Rodríguez.
Un gran abrazo a todos los compañeros franceses. Buen artículo
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